Y se hizo una bola enorme.
¿Épica…?
¿Lícita…?
En su ilícito rodar, de discurso en discurso, nuestra bola épica le fue dando forma a la letra, letra que con sangre entra, hasta que el país entró en trance.
En trance de irse o de venirse.
La General Algarabía diseminó talleres de narración en los lugares más insospechados.
Reproducíanse los susodichos cual plaga langostina.
Los diarios a boca e’ jarro, canillas a voz en cuello, reclamaban oficiales de látigo manejar: pa’ adiestrar a los narrantes, a los muchos aspirantes.
Era de no creer.
El país era una letra en curso de irse al o de venirse pior.
En las afueras de los talleres se hacían oír, al son de las arengas, las fanáticas consignas: ¡NARREN! ¡NARREN! oír se hacían.
En tanto, nuestro General Coordinador, robando y rodando como bola sin manija, no paraba... No paraba de sacarse fotos, a colores para Etiopía, grises para Zagreb.
¡Era una kodak fiesta!
Fanfarrias tocaban en su honor. Recibía artesanales pantuflas hechas por indígenas en Estado de Ezpeleta.
En Nueva Guinea y en el Mar Caspio disertaban sobre nuestra identidad.
Dicha y fama llegaban hasta los confines del culo del mundo y al devenirse electro-domésticos regresaban.
Y acá, en casa, al son de las arengas y mate cocido de por medio, durante dieciséis horas al día:
Narrábamos.
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